Comentario
CAPÍTULO XI
Hacen a la vela los españoles, y el suceso de los primeros veinte y tres días de su navegación
Pues aún no hemos salido del Río Grande, de cuyas canoas hemos dicho largo en los capítulos pasados, será bien decir aquí la destreza y maña que los naturales de toda la tierra de la Florida tienen para volver a poner en su punto una canoa cuando en las batallas navales, o en sus pesquerías, o como quiera que sea, se les trastorna lo de abajo arriba, que se nos olvidó de decirlo en su lugar. Y así que, como ellos sean grandísimos nadadores, la toman entre doce o trece indios, más o menos, según el grandor de la canoa, y la vuelven a enderezar bocayuso, y así sale llena de agua. Todos los indios a una dan un vaivén a la canoa y, como el agua al ir de la canoa se recoge a aquella banda, en continente la hurtan con el vaivén a la contraria, y cae el agua fuera, de manera que a dos vaivenes de éstos no le queda gota de agua a la canoa y los indios se vuelven a entrar dentro. Todo lo cual hacen con tanta presteza y facilidad que apenas les ha zozobrado la canoa cuando la tienen vuelta a poner en su punto, de que los nuestros se admiraban grandemente porque por mucho que ellos lo procuraron nunca se amañaron a hacerlo.
Entretanto que los cien españoles fueron en las canoas a pelear con los indios, los que quedaron embarcaron en las carabelas lo que de ellas habían sacado, y pudiéronlo hacer sin ayuda de las canoas porque los bergantines estaban arrimados a la madera, que dijimos estaba hecha isla, la cual no hacía otro movimiento más que alzarse con la creciente de la mar y bajarse con la menguante de ella.
Los españoles que habían ido a la refriega se volvieron a los suyos habiendo vencido y echado los enemigos de los juncales, mas, con recelo que tuvieron no volviesen de noche y les echasen fuego o hiciesen otro daño alguno, se embarcaron todos en los carabelones y se fueron a la isla despoblada que estaba a la boca del Río Grande, y surgieron en ella y saltaron en tierra y la pasearon toda, mas no hallaron cosa digna de ser contada.
Aquella noche durmieron en las carabelas sobre los ferros, y, luego que amaneció, acordaron hacerse a la vela y encaminar su viaje al poniente para ir en demanda de la costa de México, llevando siempre a mano derecha la tierra de la Florida sin alejarse de ella. Al levantar de las anclas se les quebró una gúmena que, como era hecha de remiendos, fue menester poco para que se quebrase. El ancla quedó perdida, porque no le habían echado boya, y, como les era necesaria, no quisieron irse sin ella. Echáronse al agua los mejores nadadores que había, mas por mucho que trabajaron para la hallar no les valió su diligencia hasta las tres de la tarde, y la hallaron al cabo de nueve o diez horas que habían andado hechos buzos.
A aquella hora se hicieron a la vela sin osar engolfarse, porque no sabían dónde estaban ni hacia qué parte podían encaminar para atravesar a las islas de Santo Domingo o Cuba, porque no tenían carta de marear ni aguja ni astrolabio para tomar el altura del sol ni ballestilla para la del norte. Sólo entendían que, siguiendo siempre la costa hacia el poniente, aunque fuese a la larga, habían de llegar a la costa y tierra de México. Con esta determinación navegaron toda aquella tarde y la noche siguiente y el día segundo hasta cerca de puesto el sol. Y en toda aquella distancia hallaron agua dulce del Río Grande y se admiraron los nuestros que tan adentro en la mar la hallasen dulce.
En este paso dice Alonso de Carmona estas palabras que son sacadas a la letra: "Y así fuimos navegando la costa en la mano a poco más o menos, porque los aderezos de la navegación nos los quemaron los indios o se nos quemaron cuando pusimos fuego a Mabila. Y el capitán Juan de Añasco era un hombre muy curioso y tomó el astrolabio y guardolo, que como era de metal no se hizo mucho daño, y de un pergamino de cuero de venado hizo una carta de marear y de una regla hizo una ballestilla, y por ella nos íbamos rigiendo. Y visto los marineros y otros con ellos que no era hombre de la mar ni en su vida se embarcó sino para esta jornada, mofaban de él; y sabido cómo mofaban de él, los echó a la mar, excepto el astrolabio. Y de otro bergantín que venía atrás los tomaron porque la carta y la ballestilla iba atado todo. Y así caminamos, o navegamos, por mejor decir, siete y ocho días, y con temporal nos recogimos a una caleta." Hasta aquí es de Alonso Carmona.
Otros quince días continuos navegaron nuestros castellanos con buen tiempo que les hizo para su viaje, sin ofrecérseles cosa que sea de contar, salvo que en estos quince días saltaron en tierra a tomar agua cinco veces, que, como no tenían vasijas grandes en que la llevar sino ollas y cántaros pequeños, gastábaseles presto, y ésta fue una de las principales causas, con las de la falta de instrumentos de navegar, para que no osasen atravesar a las islas ni alejarse de la tierra firme, porque de tres a tres días habían menester tomar agua. Cuando no hallaban río o fuente de donde la tomar, cavaban la tierra diez o doce pasos de la mar y a menos de una vara en hondo hallaban agua muy dulce y en mucha cantidad, y de esta manera nunca les faltó agua en todo su viaje.
Al fin de los quince días de navegación llegaron adonde había cuatro o cinco isletas no lejos de tierra firme. Hallaron innumerables pájaros marinos que en ellas criaban y tenían sus nidos en el suelo, y eran tantos y tan juntos que no hallaban los nuestros dónde poner los pies. Cuando volvieron a los bergantines fueron cargados de huevos y de pájaros nuevos, y estaban tan gordos que no se podían comer, y así ellos como los huevos sabían mucho a marisco.
Otro día siguiente llegaron a surgir para tomar agua en una playa muy graciosa de tierra limpia, sin juncales. Solamente había en ella arboleda de muchos y muy grandes árboles apartados unos de otros, que hacían un monte claro y hermoso a la vista sin matas ni maleza de monte bajo.
Algunos españoles saltaron en tierra a mariscar por la ribera y hallaron en ella unas planchas de betún negro, casi como pez, que la mar, entre sus horruras, echaba de sí. Deben de ser de alguna fuente de aquel licor que entre en la mar o que nazca en ella. Las planchas eran de a ocho libras, y de a diez, y de a doce y catorce, y hallábanse en cantidad.
Viendo los castellanos el socorro que la buena dicha les ofrecía a su necesidad, porque los carabelones iban ya haciendo agua y temían no la hiciesen adelante en más cantidad de manera que se perdiesen, y como no sabían lo que les quedaba por navegar ni tenían otra esperanza para llegar a tierra de cristianos sino el socorro de los bergantines, acordaron repararlos, pues tenían con qué y buena playa donde los sacar a tierra.
Con esta determinación pasaron ocho días en aquel puesto, y cada un día descargaban un bergantín y lo sacaban a tierra a fuerza de brazos, y lo breaban, y a la tarde lo volvían a echar a la mar. Y para que el betún corriese, que era sequeroso, le echaron la grosura del poco tocino que para comer llevaban, teniendo por mejor emplearlo en los navíos que en su propia sustancia, porque entendían estaba en ellos el remedio de sus vidas.